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Yo de Venus, tú de Marte

  • Foto del escritor: Admin
    Admin
  • 5 feb 2018
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 17 jul 2018

Quién no sintió alguna vez envidia sana hacia aquel compañero de la escuela al que le resultaban un juego las matemáticas y resolvía con una facilidad pasmosa los maquiavélicos problemas de física, mientras que para el resto eran todo un tormento… Parecía entonces que la ciencia era espacio reservado para mentes privilegiadas y que existía un abismo insalvable entre el mundo de las humanidades y el de las ciencias puras. Por suerte, los tiempos han cambiado y hemos logrado bajar de su pedestal a aquella fría y calculadora ciencia para ponerla al servicio del arte y sus caprichos.


Llegó un momento en que al historiador del arte se le hicieron pequeños los archivos y bibliotecas y se dio cuenta de que para resolver el enigma que esconde una obra de arte había de consultar en primer lugar a la misma pintura, a su materia. La ciencia y la tecnología ponían a disposición de los historiadores del arte herramientas eficaces para despejar incógnitas.


Así empezaba una nueva era en el mundo de la investigación de las obras de arte y la lucha por las atribuciones y desatribuciones, por las autorías y desautorizaciones, por la revisión incesante de catálogos de pintores y por el temblequeo de algún que otro museo ante el revelador poder de la ciencia.


Pongamos un ejemplo de que arte y ciencia pueden ser amigos.

A mis manos llegó este cuadro, Escena de una riña. Su propietario quería indagar más acerca de esta pintura y nos encomendó su estudio


Consulté a varios historiadores del arte qué artista les parecía que podía haber pintado este cuadro. La respuesta fue: “parece de Goya”. Bien, el cuadro parecía de Goya, pero ¿realmente lo había pintado él? Ahí estaba el enigma a descifrar, y me puse “manos a la obra”, nunca mejor dicho. Me dispuse a “diseccionar” la obra, y empecé por la parte más superficial del cuadro, por aquello que el ojo ve, para acabar adentrándome en sus entrañas. Efectivamente, la imagen representada era de estilo goyesco. Un grupo de majos madrileños protagonizando una reyerta.



Viendo esta escena me vino a la mente uno de los cartones para los tapices de Goya, Riña en la Venta Nueva

Bien, Goya también representó la escena de una pelea. Me acerqué más a ambas imágenes para fijarme en los detalles a la búsqueda de similitudes:

Comparé dos personajes: el de la izquierda, un majo representado en Riña en la Venta Nueva y el de la derecha un personaje de nuestro cuadro. Misma posición, misma fisonomía, mismo gesto.


¿Comparamos otros personajes?


A la izquierda, un personaje de La carga de los mamelucos de Goya y a la derecha otro personaje de nuestra obra “enigma”. Armados, presentando la misma actitud de arrebato y violencia, gesto de la boca un tanto parecido y ojos desorbitados.


¿Y ese árbol que se veía en medio del cuadro? ¿Pintaba Goya de esta forma los árboles? Pues parece que sí, a juzgar por la semejanza con el árbol que pintó en el famoso cartón para tapiz, El Quitasol.


A la vista de estas similitudes, todo apuntaba a que era una pintura realizada en el siglo XIX y que seguía el estilo de Goya. Pero es fácil engañar al ojo y no podía asegurar a ciencia cierta que Goya fuera el autor de esta pintura basándome tan solo en similitudes.


Era el momento de echar mano de la ciencia y de su objetividad para esclarecer el enigma de la autoría de este cuadro. Para ello me sumergí, literalmente, dentro de la pintura y acudí a la química para revelar los pigmentos que usó el pintor y su cronología.

Las muestras de pigmentos extraídos del cuadro aportaron datos significativos que luego fueron contrastados con otro método específico de detección individual de pigmentos, el análisis de Espectroscopía Raman. Estos fueron los resultados:


En esta imagen tomada con microscopio óptico a 200x se observan tres colores: amarillo, blanco y azul oscuro. Las pinceladas de color azul presentan un aspecto tintado, sin presencia de granos de pigmento, lo que hace pensar que pueda tratarse de un pigmento industrial. La espectroscopía Raman confirmó que los pigmentos de esta muestra eran Azul de Prusia y Albayalde.



Esta otra imagen presenta franjas color caramelo que corresponden a barniz, junto con franjas de pigmento amarillo. La espectroscopía Raman indicó que era Amarillo de Cromo, pigmento que se empezó a comercializar en 1818.








La imagen transversal de una micromuestra fue lo más desconcertante. Se diferenciaban varias capas de pigmento y la presencia de una capa de barniz intermedio. Uno de los pigmentos detectados era Blanco de Zinc. Teniendo en cuenta que este pigmento se empezó a comercializar a partir de 1850, y que Goya murió en 1828... acababa de quedarme sin autor.


Una capa de barniz entre dos pigmentos resultaba un tanto extraño. Normalmente una pintura está formada por una capa de imprimación o preparación, varias capas de pintura y el barniz superficial. Realicé una fotografía infrarroja para ver si había alguna firma oculta o algún dibujo subyacente:


Sin rastros de firma del artista, pero, vaya sorpresa…! ¿qué es aquello que se entrevé dentro del círculo rojo…? Como lo quería ver con más claridad, le hice una placa de Rayos X al cuadro:


¡Toda una sorpresa! ¿verdad?

Una Inmaculada Concepción escondida bajo la obra. Probablemente el pintor no pudo vender esta Virgen y decidió pintar encima una escena costumbrista que vendía más.


Llegó el momento de hacer un diagnóstico:

esta obra no pudo haber sido realizada por Francisco de Goya...

...tuvo que haber sido pintada en la segunda mitad del siglo XIX por un artista de la escuela costumbrista madrileña seguidor del estilo de Goya.


El historiador hizo su faena y gracias a la ciencia corroboró que su hipótesis era cierta. ¿Empezamos a creer de una vez por todas de que las Humanidades no son de Venus ni las ciencias de Marte?


 
 
 

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